Los pueblos prehispánicos hacían
uso del río como despensa y vía de comunicación para sus intercambios. Las
evidencias arqueológicas confirman que todas las poblaciones indígenas ubicaron
sus asentamientos en las riberas del río Bogotá y sus afluentes.
Con la llegada de los españoles,
el río dejó de ser una vía de comunicación debido a que no era apto para la
navegación fluvial con las embarcaciones europeas. Sin embargo, adoptó nuevas
funciones: se convirtió en un referente cultural y un lugar de recreación y
esparcimiento.
A partir del siglo XVI, el
gobierno de la colonia inició la modernización de las ciudades con la
construcción de alcantarillas para mejorar la disposición de las aguas
residuales y puentes para conectar las zonas agrícolas con la capital.
Los primeros puentes construidos
sobre el río Bogotá fueron de madera y requerían sustitución cada 6 u 8 años.
El primer puente de mampostería fue construido en 1665 en Fontibón, localidad
del Distrito Capital.
En 1805, el famoso naturalista y
explorador Alexander von Humboldt se dedicó a explorar la cuenca alta del río
Bogotá, documentando los descubrimientos de su viaje. Como fruto de su observación descubrió un pequeño bagre
que bautizó como Eremophilus
mutisii, mejor conocido como pez capitán de la sabana.
Actualmente se le reconoce como una especie endémica de la cuenca del Bogotá.
A partir de 1900 inició una explosión poblacional que condujo a un crecimiento desordenado de las ciudades. Con ello, se realizaron obras de reconducción del cauce natural del Bogotá para aprovechar los terrenos ganados al río para urbanizar.
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